Mensajes a Ana en Mellatz/Goettingen, Alemania
domingo, 25 de septiembre de 2016
Domingo 19 después de Pentecostés.
El Padre Celestial habla después de una Santa Misa Tridentina de Sacrificio según Pío V. a través de Su dispuesto, obediente y humilde instrumento e hija Ana.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo Amén. El altar del Sacrificio y también el altar de María fueron decorados con ricos ornamentos florales. La Santa Misa del Sacrificio se celebró con toda reverencia en el rito tridentino según Pío V.
El Padre Celestial hablará: Yo, el Padre Celestial, hablo ahora y en este momento, a través de Mi dispuesta, obediente y humilde instrumento e hija Ana, que está enteramente en Mi Voluntad y repite sólo palabras que vienen de Mí.
Amado pequeño rebaño, amados seguidores y amados peregrinos y creyentes de cerca y de lejos. Os saludo hoy, en este domingo, y os bendigo.
Tengo muchas cosas que deciros hoy. No lo entenderéis, amados míos, porque es mi voluntad y deseo. Tengo la previsión sobre todas las obras que vosotros no podéis comprender. Tampoco puedo revelarlo, porque no lo entenderíais. No podéis comprenderlo porque no es comprensible para vuestra pequeña mente.
Amados míos, estad vigilantes, porque el malvado camina como un león rugiente, intentando devorar todo lo que aún le es posible.
Algunos sacerdotes aún querrán arrepentirse en el último momento. Depende enteramente de su propia voluntad. Pero desgraciadamente, amados Míos, Yo, como Padre Celestial, estoy muy triste de que en Asís, este gran lugar de oración, se haya celebrado una reunión de oración común de todas las comunidades religiosas. Ya he derramado muchas lágrimas porque la fe católica es vista como la general y no como la única verdadera.
Sólo hay una fe, y es la católica, la fe de la revelación del Dios Trinitario. Mi Hijo Jesucristo, ha instituido la Santa Eucaristía, la Santa Comida Sacrificial, como último legado para todos nosotros, Mis amados, para que estemos siempre unidos a Él.
En la divinidad y en la humanidad Él viene a nosotros en la Sagrada Comunión. ¿No es esta Santa Fiesta del Sacrificio algo especialmente grande y santo, Mis amados creyentes? Y, sin embargo, los amados hijos de los sacerdotes no reconocen esta comida sacrificial. Viven como si Yo, el Padre celestial en la Trinidad, no existiera.
¿Acaso no extiendo Mi mano de bendición sobre todos los hombres? De lo contrario, aún más se hundirían para siempre en el abismo eterno, donde sólo hay aullidos y crujir de dientes.
Sí, Mis amados, el infierno existe, aunque hoy se niegue. «Todo es fantasía y son cuentos de hadas en los que crees», dicen. No es comprensible para vosotros, Mis amados creyentes, cómo se ve y se vive hoy la fe católica.
Indiferentemente se vive sin Dios. Se dice: «Esto es símbolo, pero no realidad, nos lo imaginamos».
La irrealidad reside hoy en el modernismo. La tradición del pasado se malinterpreta y se rechaza.
¿Cuánto espero hoy, amados Míos, a Mis hijos sacerdotales? ¿Cuántas lágrimas ha derramado ya Mi queridísima Madre, la Madre de los hijos de los sacerdotes? Y, sin embargo, estos sacerdotes persiguen la creencia errónea, la locura de los ídolos.
No creen en el Único y Verdadero Creador del cielo y de la tierra, que redimió a todos por medio de Su Hijo Jesucristo, que fue a la cruz por todos. Por desgracia, no creen en esto.
No, se han vuelto impíos. Y así esta fe católica se ha convertido en una entre muchas. Ya ha perecido en la idolatría del Islam y del Budismo y de todos los demás ídolos.
Y sin embargo es algo muy grande, Mis amados, si vosotros Mis hijos del Padre y de María, Me dais este consuelo, creéis y confiáis en Mí, os sacrificáis y rezáis por los sacerdotes que aún no se han vuelto atrás.
Creéis en la Única Verdadera Fe Católica y vivís y dais testimonio de ella. Por ello te doy las gracias de todo corazón. Estáis aquí para consolarme.
Creéis y confiáis de nuevo cada día, aunque no comprendáis y no podáis comprender muchas cosas, aunque también tengáis que soportar grandes sufrimientos, aunque seáis despreciados e injuriados, aunque seáis privados de honor. Lo soportáis todo con paciencia y amor, porque amáis al Único y Verdadero Dios Trino y Me lo demostráis en todas vuestras horas de dolor y también de desesperación.
No te rindes, al contrario, piensas en el mañana, en la esperanza. Vivís en esta esperanza, porque hay un mañana feliz en la Casa de la Gloria.
Ella es la Única Iglesia Verdadera, la Nueva Iglesia, que se levantará con esplendor y gloria. Todos los hombres se asombrarán ante esta hermosa Iglesia. Se maravillarán y caerán sobrecogidos, amados míos.
Esperad este día. No pienses en el presente, en cómo es hoy. Sí, la ira puede apoderarse de vosotros cuando algunos desprecian y vituperan la fe, cuando aplastan la fe en que nada es santo.
Y, sin embargo, Yo vengo con Mi Mano amorosa y bendigo también a estos hijos sacerdotales, porque quiero que vuelvan. Sé que si ilumino profundamente sus corazones y les doy el conocimiento, encontrarán el arrepentimiento y derramarán amargas lágrimas por sus graves pecados y sacrilegios.
Tras una buena confesión, les perdonaré gustosamente si se arrepienten de su culpa. Esto es lo que Yo, el Padre Celestial, espero de todo corazón. Sé que es posible y les doy de nuevo oportunidades sobre oportunidades.
Nuestra queridísima madre, ¿no espera ella a sus hijos sacerdotes? Y vosotros, amados míos, ¿no esperáis su arrepentimiento, por el que expiáis y rezáis?
No miréis a esta iglesia destruida, sino mirad al mañana en que la iglesia se levantará gloriosamente. Vivid con esta esperanza en el futuro y ése es vuestro objetivo.
No te rindas, aunque el maligno te ataque y quiera alejarte y ponga en tu camino muchas cosas que no puedes comprender. Pero hay un mañana. Hay una esperanza para todos vosotros y Mi amor nunca terminará.
Vuestro Padre Celestial os guarda y protege porque os ama y porque ama insondablemente a todos los hombres. Por eso os bendigo hoy con este amor sin límites en la Divina Trinidad, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Vivid el amor, velad y permaneced fieles a Mí.
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